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Por: Lic. José Raúl Ramos Cruz

Antes de pensar en dar por perdido el año lectivo, muchos docentes y alumnos hemos hecho un esfuerzo para adaptarnos a las diferentes eventualidades tecnológicas y plataformas educativas, cuyo objetivo es de permanecer en contacto con nuestros alumnos, hacernos presentes de manera ONLINE e impartir el ejercicio docente de la mejor forma posible.

El proceso ha sido difícil porque la formación previa era escasa y la manera de interactuar alumno-profesor no es la misma que en presencial. Las clases de manera virtual requieren de adaptaciones, apoyos, y formas de utilizar el entorno tecnológico de manera clara, precisa y concisa. El tiempo de los docentes, en preparación de las clases y ejercicios en virtual se ha duplicado e incluso triplicado.

Muchos docentes, coordinadores, rectores, entre otros; están viviendo duras jornadas entre reuniones y horas de reflexión para tomar decisiones por el bien común.

No correspondería a la verdad que un docente revise unos talleres e imponga un número (calificación), como si nada pasara en el entorno y desestime el estado emocional de los estudiantes. La educación no puede ser escéptica a esta pandemia donde los niños tienen que afrontarla como a una guerra desigual con un enemigo letal invisible. Atiborrarlos de tareas es hacer más duro su confinamiento, impedirles que miren la realidad, debilitarlos y negarles el derecho a probar valores en familia: la tolerancia, la resiliencia, el altruismo, la solidaridad, la generosidad y el afecto.

La educación falla cuando sólo pretende llenarlos de conocimientos descontextualizados de la realidad. He visto a muchos padres estresados por la carga de tareas escolares que sus hijos reciben de plataformas que rompen la armonía familiar.

No entiendo los profesores cómo califican a trescientos estudiantes sobrecargados de tanto trabajo entre tareas y talleres. Otros países suspendieron las evaluaciones hasta que regrese la normalidad y finalmente prolongarán los periodos.

La pandemia global provocada por la rápida propagación de la COVID-19 ha supuesto un cambio en la manera de proceder en todos los ámbitos que se puedan imaginar; y el mundo de educación ha sido quizá uno de los entornos en los que más impacto ha tenido esta reorganización social, profesional y académica.

Parece deducirse que no es posible un proceso de enseñanza-aprendizaje suficientemente efectivo en un entorno virtual, es decir, que la transmisión de contenidos, el proceso de investigación y la transferencia no pueden darse con las suficientes garantías en contextos virtuales, puesto que todos alumnos no tienen la misma posibilidad de conexión virtual a sus clases, mientras que otros, a pesar de que cuentan con ellas, no lo hacen.

Sin embargo, los problemas de integridad y ética se ponen en tela de juicio. Muchos son los videos que circulan por las redes sociales estos días en los que alumnos “aventajados” enseñan a otros sobre cómo saber las respuestas correctas en un cuestionario a través de su código fuente. O qué aplicaciones existen para resolver cualquier problema matemático. O cómo hacer un ensayo de forma casi automática, con sólo meter unas palabras claves.

En cualquier caso, mejor o peor, el período de docencia online está a punto de terminar y nos enfrentamos a otro reto: cómo implementar la evaluación online en tiempos del coronavirus. Por justicia y equidad, debemos intentar que nuestros alumnos sean evaluados correctamente.

Muchos son los profesores que dudamos de la evaluación online: ¿será el alumno quién realmente haga el examen? ¿Será un alumno de cursos superiores?  ¿Copiará? ¿Realmente habremos evaluado lo que el alumno ha aprendido? ¿Servirá para algo?

Hacer un examen online es complejo. Los profesores estamos teniendo que adaptarnos, también en tiempo récord, aprendiendo a hacer cuestionarios online, ideando formatos de preguntas tipo test o de reflexión, etc. Además, se han preparado agendas a las fichas docentes para adaptar los criterios de evaluación a la metodología online.

Pero, no somos policías, y no disponemos de sistemas de próctoring (mecanismo de evaluación que permite identificar y garantizar la identidad de quién está presentando la evaluación de manera virtual) que al carecer de regulación que podría vulnerar los derechos de imagen de los alumnos. Los exámenes de definiciones o conceptos podrán copiarse y pegarse. Los ejercicios de cálculos podrán ser realizados automáticamente. Por lo tanto, tendremos que repensar el formato del examen y basarnos más en competencias que en la mera repetición de conceptos memorísticos.

No tendrá sentido que el alumno se haga experto en el famoso “copipeis”. Quizás el coronavirus, como muchos pronostican, nos traerá una nueva forma de valorar las cosas. Hará que veamos la realidad de manera diferente y no tiene por qué ser peor. Los cambios –unas veces planificados y otras no- siempre son buenos.

Por otro lado, habrá que diseñar un recorrido de aprendizaje que los estudiantes puedan documentar, de manera que nos permitan observar y, por lo tanto, corregir y redirigir ese recorrido.

Habrá que diseñar escenarios que nos permitan generar pruebas capaces de evaluar en qué medida nuestros estudiantes resuelven problemas con todos los recursos de los que disponen a su alcance, como haría cualquier ciudadano o profesional en su desempeño diario.

 

José Raúl Ramos Cruz

*Normalista Superior: Normal Dptal del Valle. Cali, Valle.

 Licenciado en Educación. Universidad Antonio Nariño. Cali, Valle.

 Especialista Desarrollo Humano y Organizacional. USACA. Cali, Valle.

 Magister en Gestión Pública. Universidad Santiago de Cali. Cali, Valle.

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